Creado el cielo y las
estrellas, creadas las bestias y de entre aquéllas la más temible—homo sapiens
sapiens—, ha de dotarse al cosmos del orden que lo sujete, de leyes que lo
gobiernen. El geniecillo juguetón ya tiene su pequeño teatro y sus muñecos de
trapo, ¿qué le faltan sino los hilos con los que hacer danzar las marionetas?
¡Oh, fatum!
La oscura escena
del inmenso vacío es de luces y sombras repleta en astros fríos e
incandescentes. Orbitan planetas en su danza alrededor del fuego estelar,
danzan miríadas de estrellas en torno a la hoguera del centro galáctico. Nacen
del gas y del polvo y en polvo y gas mueren entre hundimientos y eclosiones,
entre colores estivales y tinieblas invernales. Movimiento hay en el escenario
en virtud del guión representado por la materia. ¿Quién desea su devenir, quién
baila al son de “Harmonia Mundi”? ¡Oh, fatum!
Como en una
tormenta, el trueno y el rayo, Señores altivos del bosque sombrío, dominan
desde lo alto, y el viento y la lluvia impelen al refugio. Criaturas pequeñas,
hormiguitas desde las alturas, corren, sí, corren despavoridas, huyen de la
tempestad que baja de las montañas. Fuerte el temor acelera sus corazones,
gobierna sus voluntades, y arrastra lejos del dolor. Como en una tormenta, ¡oh,
fatum!
Pesadumbre, tormento,
carga Atlas con el mundo, condenado a soportar su peso. Lleva cada cual su
cruz, su destino grabado en sangre, en pasión. Pasiones arrastra la vida, que
no razones. El temblor del cosmos, Voluntad, agita nuestras conciencias,
nuestro querer, y nos condena a sufrir el sin sentido de las sinrazones. Deseo
vago, incierto, querer que no se extingue hasta la extenuación, cada pequeño
dios cae con su vida, dobla la columna hundido en su lastre. Doblega el anciano
ánima por el camino que lo ha consumido en dura faena. Alza el joven intrépido
su pecho contra su sino, mas de nada sirve la lucha, pues siempre tú has de
ganar ¡oh, fatum!
Oscuro señor
cuyo nombre temen, sombra de las tinieblas, tuyo es el mal en este infierno.
Ahh... pero esplendor en los mundos alzas, son tus intenciones puras y
transparentes, blanca luz mana de tus formas en nombre de la bondad del cielo.
Gigante, coloso de fuertes pies, todos somos tus hijos devorados. Tú caminas y
el mundo y la historia avanzan contigo. También tú eres errante vagabundo en la
noche, también se pierde tu mirada en el horizonte sin fin. ¿Adónde nos llevas,
oh, fatum?
Nada está
escrito, la sabiduría se improvisa. No hay oráculo que dé certeza a la
incertidumbre en los cuantos de tu acción. Desde el principio de los tiempos se
halla la materia en turbulenta revolución, en caos frenético que desconoce su
fin. La novela del cosmos se crea a cada momento, hay un pasado cierto pero no
un futuro cierto. Escribe el artista inspirado, delinea los contornos al tiempo
que los observa. Nuevas notas en el pentagrama llenan el tejido armónico.
Escribe inspirado por las musas de la fortuna, la obra se representa al tiempo
que se crea. Crea, crea, ¡oh, fatum!
Irrevocables
caen tus órdenes como una sombra que desde la lejanía se aproxima. Como la
noche sigue al día, como el ocaso proyecta largos halos oscuros hasta el
horizonte, ¡sombra! , llegas tú desde la eternidad hasta nuestros cuerpos,
dando vida, amanecer del bosque dormido, impulso a savia y sangre de plantas y
animales, aguas subterráneas y manantiales de superficie fluyen a un ritmo:
fatum.
Los enfermos
lloran por tus designios, de los dementes culpan a tu sinrazón. A los adictos
llaman de voluntad arrebatada, y a los amantes locos en la pasión engendrada.
¡Ay! , ¿mas no somos todos enfermos de adicciones, dementes en las pasiones de
nuestros amores? Tuyos los designios, tuya la sinrazón, voluntad arrebatada por
la pasión. Mismidad del Ser: fatum.
Los imperios
nacen y perecen, la historia avanza para su gloria y su perdición. En mal
momento tal cual presente, caminan los pueblos hacia su destrucción,
conscientes de su decadencia, sin poder detener su caída, atracción fatal. En
tiempos de luz florecen los jardines de palacio, embelleciendo las piedras de
la civilización. Designios del fatum.
Veo un florecer
en el cosmos, fatum es naturaleza, savia que riega cada rama, cada hoja. Veo un
florecer, y el Universo se hizo sueño del orden, vivencia de la razón, luz en
la oscuridad, sabiduría en sí misma. Se crearon los cielos y la tierra, las
plantas y las bestias, y un mono desnudo se alzó entre éstas, levantó la vista
al infinito y lloró enternecido por la feliz idea, pues vio que aquello era
bueno, era bello. Hágase en mí tu fuego—dijo—, y la ciencia del hombre penetró
los fuegos fatuos de hasta las galaxias más lejanas. Y el hombre quiso ser
naturaleza, quiso ser sabio como ella, mas aquélla contestó: todo en mí es
lucha, y no alcanzaréis vosotros la verdad sino en sufrimientos; todo en mí es
amor, y no seréis dignos de mi abrazo caluroso si no amáis como yo lo hago:
amor fati.
Al fin, seres
humanos, alcanzaréis la inmortalidad anhelada, os despojaréis de vuestras
vestiduras y será el cosmos vuestra nueva piel. Fundidos a la eternidad,
ligados a la incertidumbre del azar y las certezas de lo necesario, naturaleza
es nuestra alma, siempre y en todo lugar, por los siglos de los siglos en la
inmensidad. Amamos nuestro destino y nuestro destino nos ama. Siervos seremos
amos, pequeños seremos grandes. Los últimos serán como los primeros, pues todo
es un juego de la materia y todos participamos por igual. Fraternidad con el
hermano cielo y la hermana tierra. Una sola familia unida por el amor fati.
Cae la lluvia
mustia sobre el lago, se enrojece el viejo árbol y el gris del cielo canta la
llegada del otoño. No estés triste, flor, pues retornarán las luces de los
pétalos y el verdor de la primavera. Todo va, todo viene, todo gira en un
eterno retorno del destino. Aciago devenir parécele al hombre su muerte, hojas
que caen, mas el viejo árbol vive, y si éste yace, el bosque pervive, y si éste
desaparece... ¡ah! , confiad en la sabia naturaleza: otras luces brillarán
bulliciosas y cantarán el himno “Amor fati”.
Las aguas
frescas del manantial fluyen, fluyen... entre escollos y socavones, caen por la
ladera desde las altas cumbres. Libres discurren en su destino marcado
reflejando el tintinear de las estrellas en la noche y hundiéndose en la luz
del día, cayendo grávidas a su océano. En los mares la embarcación sin rumbo,
sin timón. Gobierna el azar de las olas y el viento la dirección del viejo
casco de madera. Perdido en el infinito, en busca de la playa a que poder
arribar. Perdido en nuestros sueños, buscamos nuestro paraíso lejano: las
arenas doradas bajo el Sol y las palmeras. Sedientos y rodeados de agua,
inmersos en el tiempo y ansiosos de que llegue el momento de hundirnos para
siempre en tu corazón, amor fati.
En los remansos
de tus brazos, amada inmortal, en la paz de tu silencio, fluye el río de la
vida, canto dulce y sosegado. Nada importa, nada va más allá de tus designios;
indiferencia total y absoluta. A la naturaleza, sin emoción, brinda el anhelo
humano el sentimiento trágico de la existencia, mas dulce, amada mía, dulce es
la vida como la mar en calma tras un día de tormenta. Olas que llegan bramando
desde la lejanía y dejan su murmullo apagándose al irse. Cenizas en el otoño,
hojas amarillentas, cartas al amor perdido: fatum que nunca su meta alcanza, el
Ser prosigue su marcha. Caballo que trota sin descanso hasta morir; fuerte el
corazón terrestre de quien cansado sigue caminando, perdido sigue buscando, y
sin libre albedrío sigue queriendo.
Escrito está en
las estrellas—decían los antiguos. No, escritas llevamos las estrellas en el
alma, y sus luces y sus sombras alimentan la vorágine del fatum que nos
arrastra. Así sea.