Los segundos transcurren, tac, tac, tac, tac..., y transcurren los minutos, y el tiempo se va, oigo mi respiración, y el latido de mi corazón, y vuelvo a mirar la ventana, y sigo escuchando voces, del exterior y también de mi interior, interior que grita ¿qué debo hacer?
Intento hacer algo, me levanto, pienso, me vuelvo a sentar, observo mi alrededor, mis manos, los dedos de mis manos, las uñas de mis dedos, las esquinas de las uñas. Llevo las manos a la cabeza y éstas se deslizan sobre mi cara. ¿Para qué reír?, ¿para qué llorar? Siento algo, y brotan lágrimas de mis ojos, y las lágrimas caen lentamente esparciéndose sobre mi rostro, y la vida se me consume, poco a poco y no sé que hacer, ¿desear o no desear?, ¿qué debo hacer? Nuevamente hay silencio total, este silencio me tortura, no hay nada, estoy en un vacío.
Debo levantarme de mi silla, caminar hacia afuera, hacia el exterior de mí mismo. Y ¿qué haré fuera? Hablaré, eso es, hablaré con las personas. ¿Y qué les diré? Les diré que, bueno, hablaré sobre..., pero ¿para qué hablar? Yo no quiero hablar. Yo ansío hacer algo, pero no sé lo que es. Abrazar a una mujer, besar sus labios, quizás sea eso. Eso es, la abrazaré, la besaré, y la..., la abrazaré de nuevo y la besaré de nuevo y... pero, ¿para qué?
Y abro de nuevo los ojos y observo fijamente la pared blanca. Siento mi cuerpo, mi estómago y el ardor de mi esófago, mi ansia en los colmillos deseando morder la vida. Y me siento irritado, ¡quiero hacer algo!, ¡sacadme de aquí! Siento tal angustia en mi interior. Y ellos, la sociedad, ríen, y lindas muchachas plasman su bello rostro en fotografías, siempre sonriendo. Yo les doy la vuelta a las fotografías y ¿qué veo?, la sonrisa vista al revés produce un efecto angustioso, pero ellas sonríen y tienen voz dulce.
Parezco un niño tonto, tengo tiempo para poder hacer muchas cosas y no sé qué hacer con él. Yo quiero jugar con los otros niños, pero ellos son estúpidos, no me divierten sus juegos. Ellos se ríen tontamente, ellos son vulgares y ríen y lloran tontamente, nacen de la nada y se creen algo. ¡Ayúdenme!, ¡déjenme en paz!
Y el tiempo se me hace eterno, deseo que fluya el tiempo presente y ansío el futuro, el futuro ansiará otro futuro posterior, siempre la misma canción, siempre la vida, una y otra vez, y la pregunta "¿qué debo hacer?", cuya respuesta no llega. Me da asco esta vida, es nauseabunda, sólo percibo su sabor a hiel, ese sabor resacoso tal cual la vida fuera ya empalagosa, como si se me pudrieran las entrañas, sensación de descomposición, de caos sin sentido, de desorientación total entre la nada.
El mundo sigue funcionando. Unos suben, otros bajan. Unos van, otros vienen. Ellos nacen, crecen, se aparean y ahí se les va toda la vida, y dicen que lo pasan bien, lo pasan bien los pobres infelices. Y se ríen, y lloran y dicen que tienen sentimientos, y van y vienen. Y yo, yo soy como ellos, voy y vengo, y río y digo sentir, y ellos dicen: "venga, pásalo bien", y yo ¿qué debo hacer? Mi vida pasa y sólo puede elegir entre la asquerosa vulgaridad o la nada, ¡qué náusea!
El tiempo no fluye en mí, se estira y estira. Ahora estoy en momento de descanso y mi tiempo se diluye en el vacío. Luego tendré que ir al trabajo y dejaré de pensar en esto, las funciones del trabajo tendrán ocupada mi mente, ya no me sentiré como ahora, pero volverá el tiempo de descanso, y volveré a hacerme la misma pregunta, "¿qué hacer?" Entonces me engañaré a mí mismo y me diré: voy a ocupar mi mente con algunos entretenimientos, voy a divertirme, voy a apartar este vacío de mí. Y así lo hago, busco entretenerme, y busco rodearme de gente, mi mente se distrae por unos instantes, río, siento y me dejo llevar. La gente habla de cosas estúpidas y yo quiero creer que me divierto, pero no puedo, el absurdo al que había dado esquinazo me alcanza repentinamente y el sin sentido me da un abrazo. Hablan, sus mandíbulas se mueven y de sus gargantas salen voces, y sus rostros cambian de forma rápidamente, los músculos de su cara están en constante movimiento. Movimiento, todo está en movimiento, las cosas están aquí y luego están allí, y yo también me muevo, mis manos tiemblan, mi estómago se revuelve, mi sistema digestivo segrega amargura en la parte posterior de mi lengua, una amargura náusica. Me encuentro en una situación absurda, ¿qué hago aquí? Y huyo de nuevo a la soledad de la que nunca debí salir, y me hundo sin remedio, me cuesta respirar, ni ganas tengo tampoco de ello, ni de vivir, ¿para qué? El mundo es absurdamente estúpido, y yo, ¿quién soy yo para juzgarlo? Soy otro gusano que se arrastra por el fango y se revuelca en el lodo, y vaga por entre la basura putrefacta, tal y como hacen los otros gusanos de esta sociedad; y ellos dicen que lo pasan bien.
La pared blanca sigue delante de mí, blanca e inmóvil, rígida, impasiva, llena de pequeños surcos y bultitos de la pintura. Hay en la pared colgado un cuadro, con un marco cuadrado. El techo es blanco y el suelo de madera. Cierro los ojos y sigo viendo la pared blanca, inmóvil, rígida, impasiva, y nada ocurre, nada, nada. Observo la ventana a través de la cortina y puedo ver lo que está ocurriendo en el exterior de la habitación. Hay casas, con ventanas..., ¡pero si esto ya lo había dicho antes! Me estoy repitiendo con mi propio tedio. Mis pensamientos se repiten una y otra vez, y vuelvo a caer en la náusea una y otra vez.
Martín López Corredoira