S.- Pero la idea de poseer un espíritu no material guarda algo de sublime. Lo sublime es, está en mí, ...y su mirada cala en mis huesos.

Es ella, la esencia sublime, quien colma mis dichas cuando se presenta en mi mente como súbita pasajera. Penetra por los sentidos externos hacia mi interior cuando oigo, veo, toco, saboreo o huelo y también por mi percepción interna a través de los poros del alma que transpiran el divino elemento.

Los jardines de la sublimidad se muestran radiantes en su belleza invisible, en su armonía inaudible y en sus formas intocables. Las flores del paraíso poseen el aroma preciso que sólo el olfato de espíritus sutiles y sensibles puede captar. La sangre que los nutre es bombeada por un corazón humano, grande o pequeño, sensible o herido, un corazón al fin y al cabo, que sólo flujo vital les puede dar.

En el apacible césped, descansa el luchador de sus fatigas y apacigua el llanto y el dolor el desesperado. Bajo la sombra benigna de sabios y ancianos árboles que cobijan entre ramas floridas, quejumbrosas y de roída madera, permanece aquél que a la soledad se entrega.

El cielo de mi nostalgia se muestra extenso hasta la eternidad, y cubierto día y noche de astros resplandecientes, estrellas que palpitan y planetas que me miran fijamente, sin titubeos. Los dioses del Olimpo contemplan desde las alturas a sus criaturas. Mientras, espíritus menores vagan perdidos en la oscuridad en forma de temblorosa existencia de puntos en la oscuridad. Su luz, a veces lánguida y otras vigorosa, alumbra y guía el sendero de mi vida. ¿No os sentís solas, mis estrellas? Vos, como los hombres sublimes y las águilas, cuanto más alto voláis más lejos permanecéis del tumulto, y apartadas en vuestra soledad os encontráis. Cuando dejo de miraros fijamente y veo desaparecer en el desenfocamiento de mi vista al punto de cielo que representáis, vuestro espíritu se hace extenso y mi pensamiento se va con vos.

Por el día luce el Sol, el dios Helios, espíritu rey que cabalga entre llamas. El gobierna los campos azules, es dueño del fulgor resplandeciente.

Todavía en mi vista está el vigilante de mi valle arbolado, de mi bosque particular, de mi esencia sublime, y se me inflama el alma de gozo sólo de contemplarlo. Es el árbol de la vida representación de majestuosa existencia, como la flor es representación de lo íntimo. Juntos forman lo sublime, su representación no corpórea contempla mientras es contemplada,...y su mirada cala en mis huesos.

Martín López Corredoira
"DIALOGOS ENTRE RAZON Y SENTIMIENTO" (1997, cap. XVIII)