S.- Materia y luz sin esencia nada son. Pero queda la noche, es cierto. Por encima de los modelos científicos, por encima de las actividades humanas, por encima de todo siempre tendremos la noche.

En cualquier época humana, en cualquier sociedad y para cualquier inteligencia sobre la Tierra siempre ha sido posible la contemplación de la noche.

En las estrellas palpitantes hemos visto reflejada la frialdad de la noche, tan distante, ¡qué lánguidas luces adornan el terciopelo negro! Y, perdida mi mirada en las distancias, siento que dejo de sentir, que yo sólo soy un pequeño ser en la inmensidad de lo sublime, en la inmensa nada que me rodea.

No, ¡no!, no puedo, ¡ayúdenme! Los poros de mi piel se abren y piden auxilio, expiro el grito del alma. La noche quema, arde entre su oscuridad fría e impalpable. Su velo negro cae sobre mí como manta envolvente que ahoga.

Sobre la noche un espinazo, la Vía Láctea, y sobre mi cuerpo el espinazo mismo, la noche que siente en mí, en mi columna vertebral, en mi médula espinal, en los nervios que llegan hasta mi más profundo interior en mi sentir. Siento el espinazo de la noche, como látigo que sacude mi ser, como chispa que se niega a morir y vive mientras los demás duermen.

Siento lo que tú, razón, me argumentas para reducir mis sentimientos a nada, y sin embargo no puedo dejar de sentir.

R.- No sigas con tus desbordes de fantasía. Es, amigo mío, es.

S.- Me siento solo con lo que tú me dices. Solo ante la naturaleza, no hay nada ni nadie; ni yo mismo estoy. No queda amor, no queda amistad, no queda compasión, no queda nada. Estoy solo y ni yo mismo me acompaño, ¿cómo puede ser?

R.- La conciencia del ser consciente de sí mismo se da cuenta de la nada que le rodea, de lo espurio de su relación con lo externo, restringiéndose a lo material: intercambio de sustancias químicas e información por medio de ondas sonoras, lumínicas, por sustancias u otros. Nada nos liga a cosas ni a otras personas, es sólo nuestra convicción de estar a ellas ligado. En el fondo estamos solos.

S.- Nada y soledad, ¿es eso lo que nos queda?, y ... cantar a la tristeza.

En un rincón de la soledad vagamos. Somos vagabundos sin destino, caminantes sin camino.

El vagabundo se pierde por entre las calles y la gente, y se siente solo porque a nadie conoce, todo el mundo le desconoce. El es espectador del mundo, aquél que observa cómo los demás actúan, cómo aman, cómo odian, cómo sienten, mientras él sólo su soledad siente. Ve pasar la vida ante sus ojos, pero él no está en la vida, él es un simple vagabundo que observa desde su soledad. Nadie ni nada tiene salvo su soledad y el cielo que le sirve de techo. Las tierras que pisa no son suyas, ni los puentes bajo los que habita, ni los bosques que cruza, nada es suyo salvo la nada misma y su soledad.

El vagabundo mira desde un escaparate aquello que no puede alcanzar, aquello que llena el corazón de los demás hombres. Escucha desde el exterior de la sala de conciertos algunas notas del piano, aunque sólo llegan a sus oídos las notas en más fuerte volumen, y trata de imaginarse los susurros delicados del instrumento, las cadencias en pianísimo.

Sentados en un banco de algún parque, de alguna ciudad, en medio de la multitud, nos sentimos solos. Esperamos la llegada de la noche, miramos hacia arriba,... y nos sentimos solos. Caminamos en la noche silenciosa, en la noche de todos los tiempos, en cualquier tiempo o lugar.

Fuera, al otro lado de la ventana del alma, está la noche con su cielo estrellado, pero no veo estrellas, no aquellos objetos que describen los astrónomos. Veo luces palpitantes que adornan el negro fondo, y sin embargo eso es nada. Veo la noche serena que me arrastra en sus tinieblas. Tiemblo, tiemblo por el frío de una noche estrellada. La noche es tiempo de fantasías, de sueños, de pensamientos profundos, de sentimientos, hay algo especial en la noche y ello es nada. Así como las mañanas son de fresco aroma y las tardes son vigorosas y vitales, la noche guarda en su existencia el misterio de la fría oscuridad: la nada.

Aún nos queda la noche estrellada que otros verán aunque yo no vea, aún nos quedan las noches en vela sintiendo el sueño en el cuerpo y mi gran compañera la soledad, la cual sólo puede dar lugar a un sentimiento. Cantar a la tristeza es lo único que queda, mientras contemplamos la noche serena en esta noche de estrellas que inunda la columna de la vida y el mundo.

Martín López Corredoira
"DIALOGOS ENTRE RAZON Y SENTIMIENTO" (1997, cap. XIX)