Verde y gris es algo más que la combinación de dos colores. Quisiera poder expresar todo lo que mis ojos contemplan entre el verdor de un bosque húmedo cuando mi techo es un cielo gris. Y me llamarías fantasioso porque veo cosas que no existen, pero las veo, las siento.
La hiedra sobre la casa de piedra. Los helechos en el camino que recorro entre prados y cantos. Los árboles rodean mi andar y protegen mi cuerpo de las lágrimas del cielo. Tan sólo recibo algunas gotitas que escurridas por la superficie de las hojas mojan mi frente, y se deslizan por mi rostro tal cual mis lágrimas fueran. Oigo el ruido del agua que cae del cielo, y los colores que perciben mis ojos me originan angustia, la naturaleza me golpea con sensaciones. Mi soledad se crece entre estos colores. Somos pequeños ante la naturaleza, que manifiesta, tanto en talla como en belleza, su grandeza. Y somos todavía más insignificantes ante los cielos turbulentos, ante nubes grises, enormes nubes grises que se mueven rápidamente, que manifiestan la agitación propia de su tormentosidad. ¿Será todo ese tormento y grandeza un reflejo de lo que llevamos dentro?
Camino sin rumbo, perdido en la desesperación. Ahora son realmente mis lágrimas las que surcan los contornos de mi cara. Es el clímax de esta estética de la depresión, estética donde lo bello es lo triste. Verde y gris es mi mundo de melancolía, oscuro y vivo, y mi mirada que se pierde entre la profundidad del gris que me absorbe, como el negro absorbe el blanco y da el gris, como mi pecho se duele en la tormenta.
El estruendo llega tras haber visto el rayo, e impacta ...Así recuerdo el cuadro de aquella exposición: sombrío, impactante, con una esencia más allá de los objetos representados en el cuadro, con una magistral combinación de verde y gris. Así recuerdo también esas vacaciones en aquel lugar entre lagos que parecían estanques del paraíso, rodeados de verdigris esencia. Y así impacta también en mi mente, con la misma agonía depresiva, la llegada posterior del otoño o el pasado aún más lejano de los calurosos primeros días del verano en una gran ciudad, seca y de cemento, y al que no faltó un día gris y un lugar verde para juntar en un rincón del espacio-tiempo el grito de la esperanza en la desesperación, en medio de calles y más calles en la calurosa ciudad, y no faltó en ese rincón el consuelo de un amor que calmase mi grito y tornara en calor el frío de mi alma empapada.
R.- Existe una explicación, que puedes encontrar en libros de psicología, acerca de los distintos efectos de los colores en la mente humana.
S.- Y la lluvia cesa, pero el dolor permanece y aquel color que es combinación de blanco y negro adorna todavía mi techo. La naturaleza luce su lúgubre resplandor entre cristales de agua líquida. El impacto del trueno ha cesado, pero no así el impacto visual que golpea continuamente mi mente. Verde y gris, están ahí, continúan ahí, verde oscurecido por la penumbra que le rodea. Verde que grita, que chilla y ensordece mi interior, sobre un fondo de desolación, entre claroscura estética. Una estética para la depresión, un paraíso para la tristeza éste que observo ante mis ojos.
Otros colores traen en mí otros recuerdos y pensamientos: el azul, la brisa del mar; el rojo, el fuego y la pasión; el negro, la nada. ¡No!, ¡no!, quiero evitar la nada, quiero vivir la pasión, y me tienen sin cuidado tus explicaciones relacionadas con la psicología. Es poesía y no ciencia.
Un día de verano en la tierra del Sol, no es un día cualquiera. Sientes el correr de las gotitas de sudor por el cuerpo, cristales preciosos que salen del tesoro de nuestro interior para reflejar y refractar el azul, brillante e inmenso, del cielo. Son lágrimas que el cuerpo exhala, líquido elemento procedente de nuestro pecho radiante. Bola de fuego, que arde ante nuestros ojos, volcán que motiva nuestra pasión, fuente que hace la sangre hervir. Temperamento español, de la tierra de llamas no infernales, donde el calor templa el carácter, aviva la chispa de la vida y hace al alma sublime una representación más del dolor: el bochorno, el abrasamiento de nuestro interior, el tedio de no ver bajar durante días el termómetro de esos aplastantes treinta grados. Sed, ansia, vida, o sea dolor. Y sin embargo el cielo sigue azul, un precioso color azul que consuela las penas del dolor porque el cielo me sonríe.
¿Y el cielo gris?, ¿por qué no me sonríe?, ¿se ha enfadado conmigo? Es la cólera de la naturaleza, ¡cielos, piedad! El viento agita los árboles, levantando también las hojas caídas que esparcidas estaban sobre el camino que piso. Mis cabellos se despeinan con el aire, y oigo silbidos del azote invisible.
Y pienso en mi amada, ¿qué podría decirle a mi amada para que no sufra en la tormenta? No te preocupes, mi amor, la tormenta pasará, la tensión cesará y dejará agua de rocío en esa flor que tu encarnas. El viento cesará sus bruscos empujares, la tempestad arreciará y dejará en su lugar la calma. Amanecerá claramente, y el Sol saldrá radiante, resurgirás como el ave Fénix, y lucirán tus ojos bajo el precioso cielo azul. Sonreirás de nuevo, y vivirás tu soplo de juventud.
Tal vez vuelvan a aparecer las nubes grises, y las lágrimas salgan de tus ojos tal cual llovizna de otoño, melancólicamente e inmersa en una tristeza que es pura poesía. Y también eso es la vida, también eso es dolor, es la savia del alma. Y verás belleza en la tristeza. Y oirás al corazón lamentarse, preguntándose entonces otra vez "¿por qué?"...
Pero ya entre las nubes se abre un claro por donde penetra un haz de luz que ilumina las montañas. La esperanza vuelve a la verde esperanza, y sueño, sueño otra vez.
Martín López Corredoira